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Con más de 2,7 millones de kilómetros cuadrados, la Argentina es el octavo país más grande del planeta. Octavo. La nación inmediatamente anterior, la que nos antecede en el top ten de los gigantes, es la India. La India, nada menos. Por eso, alguna vez nuestro país llegó a tener una de las redes ferroviarias más extensas del planeta. Supimos conseguir más de 47.000 kilómetros de vías.
El horrendo accidente del lunes en Mariano Acosta, cuando una formación del Sarmiento embistió un colectivo y mató a dos personas, es el resultado de la lenta decadencia de nuestros trenes, de ese sistema arterial que en un país de las dimensiones de la Argentina debería estar saludable, debería llevar pasajeros y carga cada vez más lejos. Y lejos es de verdad lejos en nuestra nación.
Pero no. Las nobles bestias de metal se cruzan con el transporte automotor en intersecciones donde la barrera es manual, donde las comunicaciones se ejercen mediante un teléfono magneto. Hoy. Ahora. En el mundo de la Internet de las Cosas y de los dispositivos inteligentes.
Es desinversión y es corrupción. Es política, imagino. Pero sobre todo es algo absurdo que la Argentina tenga un déficit ferroviario que causa muertos. No, perdón. Es peor que eso. Es necedad pura.
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