El dolo cívico y la hipocresía oficial sostienen y difunden hoy que el costo es insignificante. Sin embargo, se lo puede consultar como muestra, por ejemplo, al Comandante Nacional Electoral, que es el General Jorge Tellado. Encargado de administrar -sólo en combustible y lubricantes- para los 5.900 vehículos afectados al control. Lo suficiente como para hacer cuatro escuelitas como las que se dispone a proteger.
La mayoría de esos vehículos no se mueven desde hace seis meses.
El despliegue para la distribución de alimentos y otros gastos para los 86.337 efectivos que van a custodiar 85.941 "urnas" alcanzan para perforar los dos millones de dólares en el domingo fatídico de San Maximiliano.
Pero eso se trata solo de gastos seguridad, logística elemental y control.
Existen otros veintiseis rubros de gastos adicionales que, como he dicho aquí, alcanzan para colocar a casi todos los hospitales públicos del conurbano bonaerense en diez veces su modernidad y en dos veces y media su capacidad de camas y equipamiento moderno.
El gobierno virtual que tenemos -como en las películas del Lejano Oeste- hizo rodar sus carretas, formándolas en círculo para defenderse, a como diere lugar, en los trecientos sesenta grados... y contra lo que fuese a aparecer.
Pero ocurrió algo raro: muchas patrullas, muchos individuos de su numerosa organización de abigeato y desfalco nacional, quedaron sorpresivamente afuera de ese campamento defensivo, por cuanto su diseño -como todo lo que suele hacer esta gente- no fue otra cosa que el resultado de una maniobra de apuro. Montada sólo para sufragar frágilmente en la emergencia.
Las carretas, así formadas en círculo, son la viva muestra del precario paisaje pintado con los colores de los tres principios en los que se vino apoyando toda la estructura de concepción conductiva de esta Elena Petrescu criolla: LA POSTERGACIÓN, LA IMPROVISACIÓN Y LA SIMULACIÓN.
Aquellas patrullas -escapadas hoy y alejadas de este encierro defensivo- han tomado conductas muy curiosas, pero por cierto diversas: no pocas de ellas se sintieron en estado de virtual independencia y comenzaron a actuar como si no quisieran regresar jamás al redil. (Muchos intendentes de no menos de siete provincias, empezando por la de Buenos Aires, buscan ahora mismo -y acaso ya encontraron- un nuevo “patrón”, para que acepte ponerlos al socaire de las represalias del palacio).
Otras, acaso más avezadas, proceden a atacar por su cuenta a cualquiera que se les cruza. Aniquilan a todo bulto que se menea y coleccionan sus cabezas para colgarlas en la pared, cuales piezas de caza.
Pero, como en todos lados, también están los pusilánimes que siempre representan una enorme y vergonzante mayoría. Son los mutantes sin el menor arrojo, los cobardes y los que ofrecen su mejor perfil de falsos “prudentes”.
Aquellos que -viendo su pellejo en peligro en caso de regresar a ese vórtice de carretas emboscadas en ese terreno, propiciado por sus mismos dueños- han elegido esconderse. Hacer silencio.
Esperar agazapados, con su valija repleta de camisetas de todos los colores.
Curiosamente, los “indios” que cercaron al gobierno, no son de la “tribu de la oposición”, como parecería lógico o esperable. No.
La oposición ya no es, ni puede ser nada.
Lo que ha hecho la oposición -propiciando y abandonándose a este esquema de desbandada- es, lisa y llanamente, un síndrome de desdén criminal.
Casi como trayéndola a ella de los pelos. Pidiéndole que no se vaya.
Repujándole ellos mismos otro bastón como Pallarols.
Peleados, todos contra todos. Olvidándose, precisamente por esas peleas, de bloquearle el paso al gobierno cuando desarrolla lo más campante este tipo de extravagancias comiciales que no sólo perdieron su objeto, sino que nadie sabe explicar la razón de su actual sentido.
La oposición suma sus proyectos de baldío en un catálogo de imbecilidades.
Y en el parlamento, mientras tanto, dejan avanzar cualquier iniciativa salvaje que nos siga dejando cada vez más cerca de una teocracia.
Le pavimentaron el camino a ella, entiéndase bien. Y nadie se deje llevar por la tentación de un triunfalismo ciego. Téngase claro lo que se viene.
El propio Francisco De Narváez reconoció el martes a la tarde su segura derrota en manos del gobernador que es dueño del 38% del padrón nacional. Un joven que sabe decir 700 palabras del diccionario y que carece de la capacidad más elemental para moverse sin un tutor que lo lleve de una correa.
Un ex menemista y ex duhaldista que resulta la clave para ella, que se cansó de pisotearlo en público.
Pues nada de esto acorraló al gobierno.
Los que actúan acosando el campamento son de otra fauna: son perros salvajes, criados en la estepa, antecesores del perro carnicero y del rotweiller. Alimentados por ellos mismos en un criadero de perversión.
Acostumbrados allí, a la carne humana -y genéticamente logrados con varias cruzas como las referidas-, agregándose la marginalidad, la postración y el sometimiento de los indigentes.
No son "zurdos".
Quien crea esto comete un craso error.
Ni siquiera saben, ni tienen la menor noción de los principios ideológicos de la izquierda, como posición geométrica de tan ancestral singularidad.
Más del 98 por ciento de ellos no podrían siquiera referir o explicar tan sólo un simple par de principios sociales de la izquierda marxista leninista. M Milagro Sala es un conocido espécimen de ese criadero.
No sólo no saben lo que es izquierda o lo que es derecha. Mucho menos que eso, no podrían tampoco expresar un módico concepto de convicciones simples sobre alguna idea coherente. No la tienen.
No diferenciarían "progresismo" de "paludismo". No saben siquiera dónde tienen el “norte”, por no decir aquí una barbaridad.
Resulta hasta ridículo pretender hablar pomposamente del “entendimiento”, de la interpretación. O aún de que alguien ha asumido andar a la brega más o menos seria... de una ideología que quiere reivindicarse.
Alguien les cortó las alambradas del canil (y digo esto con el perdón de los perros), para luego hacerles ver que se les terminaba muy pronto la comida gratis.
Salieron pues, de allí, con un solo rumbo: los comederos oficiales. Los que, por supuesto, hallaron clausurados.
Y allí mismo, sin parar, derraparon en la curva y se fueron a tomar terrenos, a ocupar propiedad privada, a matar policías, a cortar las calles y a violar todo lo que les fuese posible.
Los que cercan al gobierno, son pues, sólo eso: un conjunto inorgánico de depredadores sociales, nacidos de sus propias entrañas.
Criados por ellos marginales; puestos a la parrilla del sometimiento indigente de la dádiva oficial, e instigados desde ella. A la violencia, con garantía de impunidad secreta del gobierno, hasta ahora... durante la módica suma de ocho años.
Sus jefes son oportunistas o líderes de un prolapso anarco-gremial tan distante de la honestidad como los viejos carteristas sindicales que aún funcionan con la chequera del palacio, a cambio de gerenciar cualquier delivery de apriete.
Y esa criminalidad fue diseñada por el propio gobierno, sin obstáculo alguno.
Tuvo una absoluta tranquilidad y hasta el beneplácito de estos partisanos de la política que se denominan, a sí mismos, "oposición".
Lo hizo a la vista y paciencia de ellos. Lo hizo contemplando su terrible fragmentación.
Y, viéndolos a todos, tal como siguen hoy. Trenzados en arrancarse los ojos antes que vigilar la frágil salud de la República.
Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse, para El Ojo Digital Política
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