Por Carlos Manuel Acuña para el Informador Público
A partir de hoy, primer día hábil de la semana, se acentuará la salida de capitales del país, precisamente el proceso inverso de lo que económicamente requiere la Argentina y de lo que el mundo, en crisis, requiere de ella. Esto es nada más que una parte de lo que ocurrirá como resultado de las elecciones de ayer, que mantuvieron en vilo a la sociedad que, dividida en dos partes bien diferenciadas, siguió con detenimiento las alternativas de un escrutinio bien difícil que aún no ha concluido. Por el momento es muy difícil hacer un diagnóstico de lo que ha ocurrido, sobre todo porque, pese a esa tajante división, no todas las partes son iguales entre sí: poseen componentes internos diferenciados que pueden modificar la situación antes o después de las próximas elecciones. En realidad, cuando hablamos de un estado de desmoronamiento que viene de lejos y se agravó paso a paso con el transcurso de los meses, no sólo nos referimos al gobierno, cuyo espíritu hegemónico se afirmó con los votos de ayer, sino al conjunto de la sociedad, que no sabe encontrar el camino para salir del atolladero institucional, moral y político que la ahoga y, por supuesto, que no todos advierten. Más aún, los argentinos han demostrado que también perdieron el sentido de pertenencia como Nación, es decir, un idéntico sentimiento por su pasado y un objetivo común para enfrentar el futuro.
No es fácil analizar el resultado de una compulsa como la de ayer dentro de los parámetros que comentamos, pero sí podemos afirmar que la votación que sacó a Cristina Fernández de Kirchner de la incertidumbre que la mantuvo en vilo hasta después de las seis de la tarde, expresa una realidad mucho más profunda que un simple recuento de boletas y la selección de unos candidatos que, en buena parte de los casos, eran desconocidos en los segundos niveles que competían. No obstante, daremos hoy unos primeros pasos para llegar a nuestros lectores con una idea de lo sucedido. Aunque sea rápida y brevemente, vamos a mirar el escenario desde el punto de vista político, en el sentido más reducido del término, es decir, de la representación tradicional que impone formalmente el sistema en vigencia.
Los dos partidos tradicionales de mayor importancia durante los últimos decenios, el radicalismo y el justicialismo, han quedado rezagados y aparentemente doblados en su conjunto, por una nueva fuerza que es nada más que un ensayo para alcanzar y mantenerse en el poder por cualquier medio. Así, el Frente para la Victoria -tal es su título- recurrió a todas las artimañas imaginables y descendió hasta la compra de voluntades para afirmarse: el éxito obtenido no le corresponde únicamente, pues quienes se vendieron tienen tanta responsabilidad como los compradores. Esto también le atañe a una importante fracción opositora, que no supo actuar con acierto y perdió una oportunidad ganada poco antes en la Capital Federal, Santa Fe y Córdoba, tres distritos importantes pero no definitorios. La provincia de Buenos Aires, que sí podía modificar el fiel de la balanza, no pudo cumplir su papel histórico de “Hermana Mayor”, por la simple y constante renuencia de su gobernador, Daniel Scioli, embarcado en la indefinición y en el ensayo justificatorio con frases insistidas pero no convincentes o mediante discutidos avisos publicitarios.
En este primer comentario sobre lo que ya es un verdadero drama argentino, debemos decir que, mientras esperamos las cifras definitivas para tener un cuadro de situación más exacto y previsor respecto de cómo se podrán encarar las semanas que faltan y aproximan la fecha de los comicios presidenciales, sólo cabe esperar lo que una vez se dijo desde la Casa Rosada: la profundización del modelo. Antes de ayer, sin ser tan exactos por cuanto sólo estábamos en condiciones de esperar el desenlace que se inauguraría pocas horas más tarde, señalamos que una victoria kirchnerista aportaría, entre otras cosas alarmantes, una mayor influencia política de personajes que poseen en su comportamiento una finalidad ideológica y dependencia de intereses no bien definidos, ni por su origen ni por sus objetivos finales. Sí por los instrumentos que ponen en marcha; entre ellos, el despertar de un sentimiento populista que no admite divergencias y recurre a buscar la aceptación compulsiva mediante dádivas disfrazadas de subsidios, la ruptura de un orden económico libre, la deconstrucción de un contenido cultural que aglutine y le dé sentido a un orden social. La ruptura con el pasado histórico, el intento de modificar valores y principios por más que sean permanentes, forma parte de este curioso ensayo -trágico ensayo- por destruir un país que hasta ahora carecía de problemas sociales, étnicos y religiosos, que aún es dueño de inmensas riquezas para un mundo que está ávido de ellas pero que sus dirigencias no supieron orientar hacia un destino posible.
Cabe esperar que en los días futuros pueda crearse el mecanismo político que permita revertir lo que dejamos dicho. Para ello habrá que tener en cuenta todos los factores -por mínimos que sean- que han contribuido y contribuyen a montar este escenario deplorable. Por ejemplo, desde hace unas horas, uno de los instrumentos menores para instrumentar políticas de penetración externa que en su momento hemos denunciado, ahora publican avisos periodísticos para buscar colaboradores bien pagos que deben poseer, entre otros requisitos, buenos conocimientos de sociología para desarrollar políticas especiales: nos referimos a la Fundación Ford, la misma que financió y financia a Horacio Verbitsky. El mismo que fue jefe de inteligencia de Montoneros.
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